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Pequeñas salas oscuras

"La Espalda del Mundo" (2000) de Javier Corcuera. Tal vez, la película que me encanta reencontrarla en los cineclub. cineclub.

«La Espalda del Mundo» (2000) de Javier Corcuera. Tal vez, la película que me encanta reencontrar en los cineclubes. Foto:  César Alberto Venero Torres.

Pequeñas salas oscuras

Los cineclubes y la importancia de la exhibición audiovisual alternativa en la ciudad del Cusco

Por César Alberto Venero Torres (*)

Cuando uno habla o escucha sobre el cine cusqueño, tal vez, lo primero que viene a nuestra mente es una palabra: “Kukuli”. Y sí, la pionera película de 1961 dirigida por Luis Figueroa Yábar, Eulogio Nishiyama y César Villanueva es nuestra partida de nacimiento audiovisual. En eso estamos de acuerdo muchos, pero lo que casi no se dice es que esta y otras producciones de la época fueron motivadas por quienes antes de convertirse en realizadores eran asiduos concurrentes a un cineclub.

 

El Foto Cine Club Cusco

Muchas cosas cambiaron en el Cusco después del terremoto de 1950. En pleno proceso de reconstrucción de la ciudad no solo se modificaron las estructuras materiales sino también las mentales. Los pensamientos indigenistas fueron reinterpretados por los artistas e intelectuales en vigencia. El cine, que acababa de cumplir sus primeros sesenta años, ya era un fenómeno de masas en Latinoamérica. Este fue el momento que creyeron preciso un grupo de cinéfilos cusqueños y cusqueñistas para fundar en 1955 el Cine Foto Club Cusco. Convirtiéndolo no solo en una Asociación Cultural reconocida legalmente sino también en un espacio para la exhibición pública de películas extranjeras y la producción de realizaciones cusqueñas. Las cuales, claro está, también difundirían.

Casi una docena de cortometrajes se registraron de ese fecundo periodo previo a la ambiciosa realización del largometraje “Kukuli”. Los miembros más activos del Cineclub pasaron de la exhibición a la creación de manera natural y espontánea. Aprendieron a grabar durante los rodajes y recurrían a las películas que proyectaban para facilitar su educación visual en la rápida búsqueda de un estilo para hablar de temas propios. “Kukuli” fue una especie de sustentación de tesis de todos esos conocimientos que iban adquiriendo. Se graduaron con honores. Para los especialistas del cine “Kukuli» es una joya escondida por (re)descubrir y para los cusqueños es otro motivo de orgullo. Y pensar qué todo comenzó con la afanosa iniciativa de un grupo de cineclubistas.

Los libros señalan que hasta 1967 funcionó el Cine Foto Club Cusco debido sobre todo a que sus miembros más activos decidieron continuar carreras en solitario o migraron a otros lugares. Para ese tiempo ya los cines en Cusco ofrecían una cartelera comercial continua y en lugares ubicados estratégicamente (en el Centro Histórico y alrededores) de la ciudad. Por algunos testimonios se conoce que los pocos cineclubes de la época eran propiciados tanto por círculos de estudios universitarios para fines académicos (UNSAAC) como por los Centros Binacionales que comenzaban a trabajar (ICPNAC, Alianza Francesa). Estos últimos, bajo los auspicios de sus embajadas, difundían en su mayoría películas con temas propagandísticos o académicos para fomentar así la difusión del respectivo idioma que impartían. Lamentablemente, no se ha encontrado información (testimonial o bibliográfica) sobre los cineclubes del Cusco en las posteriores décadas hasta el cambio de siglo.

Diseño: Marco Panatonic

Diseño: Marco Panatonic

Cinema paraíso

Ya desde el año 2000, con la importación masiva de aparatos tecnológicos que abarataban la proyección audiovisual (cañón multimedia, ecran y equipo de amplificación portátiles) se vivió un resurgimiento del Cineclubismo en Cusco. Muchos de los Institutos Binacionales, Asociaciones Culturales y Centros de Estudios Superiores renovaron sus equipos y, en algunos casos, delegaron a especialistas la conducción de sus cineclubes. La experiencia más resaltante fue la llegada desde Colombia de Inés Agresott. Ella le dio periodicidad a los ciclos de cine (divididos por temática, autor o género cinematográfico) y profesionalizó la labor cineclubista en la Alianza Francesa. Cada jueves por la noche y durante los dos siguientes años enseñó cómo se debe manejar un lugar dedicado a la cinefilia. Incluso, algunos de los asiduos visitantes a ese cineclub, más tarde organizaron sus propios espacios.

Alumnos de las Facultades de Comunicaciones, Biología, Derecho y Ciencias Sociales de la UNSAAC tomaron el relevo y organizaron sus propios cineclubes. A raíz de la inestabilidad política y organizacional del centro de estudios, solo prosperó el grupo que decidió salir de las aulas universitarias para optar por acuerdos con instituciones privadas que contaban con un local propio. El “Alucine Club Cusco” trabajo con el ICPNAC por varios semestres e incluso co-organizaron un homenaje a los realizadores y participantes de la mítica “Kukuli” (cuya copia fílmica se pensaba perdida y, que gracias a la restauración en digital hecha por alemanes,  se pudo apreciar nuevamente la película en Cusco después de casi tres décadas) y así reconocer al Cine Foto Club Cusco.

“Salón de Arte” fue otro lugar que tuvo una existencia corta pero que se recuerda con nostalgia. Ubicado en la calle Tecsecocha, ofrecía funciones continuadas de películas clásicas y de arrastre popular que se proyectaban en formato DVD o en Digital Disc (novedad en ese 2002). Su público objetivo era extranjero y se cobraba una entrada para ingresar. Tal vez eso fue lo que propició la quiebra de “Salón de Arte”. Al contemplar fines comerciales y no tener otra actividad complementaria de ingresos, las pérdidas económicas fueron catastróficas gracias a los impuestos que imponían a los negocios de entretenimiento las autoridades municipales y recaudadoras. A pesar de eso, muchos bares y discotecas del centro histórico calcaron la oferta de ese cineclub al proyectar blockbusters por las tardes.

A su salida de la Alianza Francesa, Inés Agresott intentó en el 2004 que su vehemente manera de trabajar sea viable en una institución pública. Junto con el gobierno provincial de ese entonces auspició el “Cine Club Municipal”. Lástima, no prosperó. El proyecto sólo duró doce domingos. Mejor suerte tuvo Inés con la organización del Festival Internacional de Cortometrajes (Fenaco – Cusco) que milagrosamente continúa en actividad y ya se convirtió en un referente en lo que a certámenes de ese tipo se refiere.

El 2006 y 2007 aparecieron el “Video Club Puklla” (de la Asociación Pukllasunchis) y el “Microcine Legaña de Perro” respectivamente. Ambos cineclubes eran  respaldados por ONGs. El Video Club Puklla, que contaba con integrantes del Alucine Club, comenzó a organizar diversos festivales, invitar a realizadores locales y nacionales para presentar trabajos, puso énfasis en la difusión de sus actividades en medios de comunicación masivos y se hizo de una surtida videoteca gracias a donaciones y a la compra de películas que compartía con los usuarios de la biblioteca en la calle Awaqpinta donde funcionaba. De ahí su denominación de Videoclub. El “Microcine Legaña de Perro” a su vez, era un proyecto de exhibición alternativa de películas latinoamericanas de corte social (algo que tiene relación con la línea de trabajo de su principal impulsor: El Grupo Chaski, casa productora de cine peruano a quién le debemos las entrañables películas ochenteras “Gregorio” y “Juliana”). Es así que financiada internacionalmente y ya replicada en varias regiones, la experiencia de los Microcines llegó al Cusco mientras que coincidentemente se discutía sobre los avances del proceso de descentralización en el país. Después de “Legaña de Perro” se crearon más Microcines que comenzaron sus labores en algunos barrios populares y periféricos de la ciudad. Esto permitió generar nuevos públicos e incentivar el espíritu crítico en un grupo de espectadores jóvenes que miraban un cine diferente, pero cuyos problemas reflejados en las pantallas les resultaba familiar.

Mientras existan curiosos, siempre habrán películas para proyectar. Foto: César Alberto Venero Torres / Alavistaserá Films

Mientras existan curiosos, siempre habrá películas para compartir. Foto: César Alberto Venero Torres.

Nos vemos en el Cine (Club)

Ahora en Cusco, los Institutos Binacionales cuentan todavía con pequeños espacios para la difusión de cine. Los Microcines aún funcionan con relativa regularidad y algunos de sus impulsadores vienen produciendo cortometrajes documentales que luego proyectan en exhibiciones públicas masivas. Igual de activos están los pocos cineclubistas de principios de siglo, que organizan, aunque de manera espaciada, cortos ciclos o muestras de festivales nacionales e internacionales en Centro Culturales y con auspicio privado. Así queda demostrado que los cineclubes siempre buscarán lugares para sobrevivir incluso en estos tiempos de ágiles descargas de películas y de multisalas abarrotadas para ver el último taquillazo Hollywoodense.

Si nos preguntaran sobre las diferencias más resaltantes entre las cadenas de multicines y los cineclubes. Sin dudar señalaríamos primero al amor. Hay que ser un verdadero apasionado del cine para poder organizar cineclubes. Estos no obedecen a ambiciones comerciales o económicas. Nadie se hace rico conduciéndolos. Es más, muchos de los cineclubistas invierten recursos propios para que funcionen los cineclubes. Otro factor es la procedencia de las películas. En una sala de cine actual, el cine norteamericano impone mayoritariamente su hegemonía cultural gracias a las leyes de libre mercado. En cambio, en un cineclub se puede husmear lo que se hace en otros países y en el nuestro. No solo eso, sino que también conseguimos revisitar clásicos o cintas de culto, gozar con las referencias cinéfilas, experimentar con el “cine de autor”, independizarnos de los tabúes y las censuras, conmovernos con la poética de la contemplación o indignarnos de las injusticias que un documental denuncia.

Es cierto es que una multisala puede dar una calidad de proyección y comodidades que silenciarían hasta al más quisquilloso, pero los cineclubes han demostrado adaptarse a las circunstancias adversas y logística mínima para entregarnos una experiencia motivadora. Esa es tal vez, la marca que hace a los cineclubes únicos, la posibilidad de ser espacios que estimulan la reflexión y el debate, después de observar una gran película. A veces, una historia conmueve más porque nos permite compartir la nuestra. Y esa sincera intervención se convierte en el insumo necesario para seguir creando y creyendo en aquellas pequeñas salas oscuras donde la curiosidad también es magia.

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(*) Comunicador Social. Exhibidor y realizador audiovisual independiente. Dirige la productora cusqueña Alavistaserá Films.

Agradecimientos: Susan Montalvo, Paulovi Silva y Daniel Guevara.

Fuentes: El Cine Sonoro en el Perú (2009) de Ricardo Bedoya (Fondo Editorial – Universidad de Lima) / La Escuela Cusqueña de cine (1991) de Adelma Benavente García y Carlos Gutiérrez Vásquez (Cuadernos del Instituto Americano de Arte) / El Cine en el Perú (1950 – 1972) Testimonios (1993) de Giancarlo Carbone (Fondo Editorial – Universidad de Lima).

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